Aunque no soy fanático del 3D, acepto que hay filmes, como “Los Boxtrolls” que se aprecian mejor en pantalla gigante y con esta modalidad, por los efectos, el contenido de los planos, los colores, las sombras, el entorno, el imaginativo concepto (en los quesos, la ciudad en una montaña, la alergia del malo, la secuencia del baile). La animación cinematográfica en puntos perfeccionistas, gracias a las herramientas, a la dedicación de cientos de personas a los dibujos, al cuidado de cada personaje u objeto, edificio, mobiliario, vestuario. Lo cual queda sublimado en la culminación de la película con el diálogo filosófico entre los dos personajes que sienten que hay un ser superior que los mueve, los guía, les insufla el oxígeno, y al moverse la cámara a otra velocidad, advertimos de qué se trata, y se extiende a una interrogante humana.
“Los Boxtrolls” es, una vez más, una película de envoltorio infantil, con cuotas, lecturas y entendimientos para adultos. Dentro de la historia donde los protagonistas son los animalitos (como raza de gremlins bondadosos y laboriosos) quienes cubren su cuerpo con cajas a manera de vestimenta, se establece la cuestión del descuido de los niños por padres, embebidos en sus negocios, afanes, excentricidades; que ni los toma en cuenta ni escuchan lo que les dicen, y piensan que sólo les quitan el tiempo o los desvían de sus vanas y dizque importantes reuniones de trabajo.
El otro tema subyacente es los miedos que les introducen a la gente, las mentiras que les cuentan para asustarlos; las leyendas oscuras inventadas para controlar a los habitantes de una comunidad; y mantenerlos con la venda tapando los ojos, embistiendo mediante canciones, entretenimientos, que les refuercen esos temores. En vecino contexto, al inicio se confunde al espectador con la peregrina idea de que los animalitos son los malosos y su eliminación es lo procedente.
En la trama hay una pareja de personajes excepcionales, ayudantes del villano que pasan su existencia inquiriéndose si son buenos, si la persecución y eliminación de esos boxtrolls es lo correcto, porque eso les ha hecho creer su patrón, y su despertar será factor esencial para la conclusión.
El guión se asiste en diálogos y necesarias imágenes retrospectivas para reproducir lo vivido diez años antes; se sirve con deleite de elipsis para señalar el paso de ese tiempo en el niño, metido en su caja; en las cajas que disminuyen, y más adelante en el papá y la barba y pelo que le hace verse como salvaje o loco; o para narrar el escape de los boxtrolls de ser aplastados como se vio desde un plano contrapicado.
Dispone en las arengas del niño a los boxtrolls de ingredientes de superación, creer en uno mismo, arriesgarse, dejar de esconderse; utilizar su creatividad, la misma con que construyeron un mecanismo móvil; saber usar afuera de su hábitat el ingenio con el cual edificaron su paraíso subterráneo, o el de nombrarse según el dibujo de la caja que portan.
Cine ejercitado de recursos de vieja estirpe, donde el héroe es el superviviente que renace, pero el papel preponderante es de la niña, la mujer quien empuja a sus espaldas y es el pistón; con un afín simbolismo en los sombreros blancos que otorgan poder y que no cualquiera puede ostentar; un club cerrado, exclusivo, al que no se permite ingresar a ninguno, y que por conseguirlo el villano fragua esa superstición. Y la correspondencia de que el castillo está en la punta de la montaña y los súbditos deben aceptar los toques de queda y no replican órdenes.
Los directores de “Los Boxtrolls” son Graham Annable y Anthony Stacchi; el guión está basado en “Here be monsters!”, novela escrita e ilustrada por el inglés Alan Snow, parte de sus Crónicas de Ratbridge -Quesolandia en la traducción de esta película- un microcosmos apropiado para el cine de animación, por lo que tras la luminosidad y lo artístico de ésta, entrevemos vendrán más adaptaciones de su obra.
